Una forma de enmarcar el problema del fraude interno es usar un teorema llamado “triángulo del fraude”. Es un método poderoso para comprender y medir los factores individuales del fraude interno, y un trampolín ideal para enfocarse en formas de prevenirlo de manera integral.
Autores ya considerados clásicos como el criminólogo Donald R. Cressey (1961) propusieron que, para que un fraude se materialice deben existir tres elementos; estar en esa situación de necesidad adaptativa (el motivo o presión), disponer de la oportunidad de cometerlo y concluir que es aceptable o estaría justificado (racionalización). Estos puntos clave se conocen como El Triángulo del Fraude.
El antídoto contra la oportunidad: controles
De los tres lados del “triángulo del fraude”, la mayor parte del esfuerzo en los últimos 15 años se ha destinado a abordar la oportunidad de cometerlo: el 50% de los encuestados dedica un alto grado de esfuerzo a desarrollar procesos de negocios con controles internos, que se han vuelto cada vez más sofisticados.
El 40% de los encuestados indicó que un actor interno fue el responsable de cometer el fraude
más perjudicial. Y abordarlo, más que tecnología y procesos, requirió un enfoque en función de la
cultura de la organización.
El antídoto contra la presión: franqueza
Para integrar un proceso que abarque todo el espectro del riesgo se debe mirar más allá del nexo
oportunidad/ control y tener una mirada amplia y profunda en su interior.
Muchas compañías han enfatizado demasiado la importancia de los incentivos financieros al considerar qué podría llevar a una persona a cometer fraude. En general la motivación no es dinero, sino miedo y vergüenza a admitir haber cometido un error y la necesidad de mentir para ocultarlo.
El antídoto contra la racionalización: cultura
Mientras que la presión y la oportunidad pueden ser influenciadas y controladas por la organización (al menos hasta cierto punto), el elemento de racionalización es el comodín. Eso es porque no se encuentra en una computadora o en un manual de procedimientos, sino dentro de la mente de un ser humano.
La persona que decide cometer un acto de fraude contra su propio empleador reconcilió sus acciones planificadas con su propio código de ética, y encontró una forma de excusar (o racionalizar) su comportamiento. El individuo lo hace porque cree que no dañará a nadie, o es “por una buena razón”, o será rectificado antes de que alguien se entere, o no será atrapado.
Esta es una peculiaridad del fraude interno: debido a la falta de proximidad, quienes lo cometen, lo ven como un crimen sin víctimas: no pueden visualizar el rostro de un ser humano que fue directamente perjudicado por la acción.
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Fuente
https://www.pwc.com.ar/.
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